La bioquímica del miedo
Cuando sentimos miedo experimentamos una serie de reacciones fácilmente observables: agrandamos los ojos y dilatamos la pupila para ver mejor, la frente se nos arruga, aumenta la presión arterial… Son manifestaciones externas de un incremento general de la actividad cerebral para hacer frente a la supuesta amenaza que sentimos. (Curiosamente, algunos procesos que en ese momento no sirven para mucho, se detienen, como los del sistema inmunológico.)
Desde el punto de vista bioquímico, una de las reacciones al miedo más significativas es el incremento repentino del nivel de glucosa en la sangre. ¡Así podremos correr más en caso de necesidad! Este alimento se hace llegar con preferencia a los músculos mayores y especialmente a los de las extremidades.
Las respuestas al miedo se desencadenan a partir de las primeras señales de alerta que perciben nuestros sentidos.
Por ejemplo, si estamos cómodamente sentados en nuestra casa viendo la película Psicosis, de Hitchcock, y en el momento de la tremenda escena de la ducha oímos un fuerte golpe en nuestra puerta, los nervios del oído llevarán instantáneamente la señal al tálamo, que es una especie de centralita telefónica que se encargará de distribuir la información a los lugares precisos para que se produzcan las reacciones necesarias.
En particular, la amígdala liberará una serie de neurotransmisores, siendo el más importante en este caso el glutamato, que es la forma aniónica del ácido glutámico, aminoácido que forma parte de nuestras proteínas. Se trata de una especie química que el ser humano moderno “conoce” bien, ya que es su sal sódica se usa mucho como potenciador del sabor de los alimentos.
El glutamato se puede decir que es la molécula clave relacionada con los más importantes fenómenos bioquímicos desencadenados cuando se experimenta la sensación de miedo. Ciertas moléculas llamadas receptores de glutamato son fundamentales en los mecanismos de respuesta al miedo.
Entre estas respuestas están dos efectos aparentemente contradictorios que se dan cuando experimentamos el terror: parálisis y estremecimiento. Es en la zona de la sustancia gris periacueductal donde se generan. Mientras tanto, el hipotálamo controla las respuestas de huida, como la aceleración del ritmo cardíaco.
Y las glándulas adrenales liberan cortisol (que es la sustancia que dispara la producción de glucosa) y adrenalina, que incrementa la frecuencia de los latidos del corazón, contrae los vasos sanguíneos, dilata los conductos de aire y participa en la “reacción de huida” del sistema nervioso simpático.
Fuente: http://triplenlace.com/